Paus(a)cción.
Dicen que el coraje es el comienzo de todo. ¿Porqué no partir por ahí? Les comparto una
anécdota que me despertó, y me permitió comenzar a escribir para esta noche. Me refiero al
coraje de la enunciación de mi hija adolescente. En la pandemia, suele entrar a mi escritorio
y escuchar reuniones, clases, algunos seminarios. Sabe que las sesiones con pacientes no.
Un día entra sigilosamente y me pregunta con un tono de ironía: “¿Por qué todos los
analistas hablan igual?”, ¿como así?, le pregunto. Dice: “mismo tono, mismas pausas,
mismas citas”. Me quedé dándole algunas vueltas, pero no fue hasta un segundo momento
en otra reunión que me dijo con entusiasmo y mayor ironía “!Mira, escucha; es como si
supieran de lo que hablan!”. Esta segunda interpelación, produjo el efecto de Witz, entre
carcajadas, pensé ¿sabemos de lo que hablamos?
Es esta pregunta que me hago a posteriori la que sin saberlo me orientó, no sin otros en
transferencia de trabajo a volver a interrogar lo obvio para que no se vuelva costumbre.
Hábito, como lo decía Mauricio Tarrab hace algunas semanas. Autorizarse a decir siempre
desde el saber, como costumbre sería auto(ritual)izarse. Es así que en esta comisión hemos
apostado por un trabajo que interrogue una y otra vez ¿qué es un cartel?
Tomar al cartel como un sujeto, fue una brújula que me ofrecieron desde la secretaría de
carteles de la NEL como responsable de esta comisión. Entiendo que esto implica agujerear
todo el tiempo el saber, que es justamente lo que hace la adolescente en estas dos escenas
(¡y en tantas otras!). Entonces, ¿cómo transmitir?
La apuesta del trabajo es poner en primer plano la experiencia, es buscar la posición de
enunciación. Que se diga que es un cartel para cada uno, desde un decir encarnado.
Entiendo esto como la relación que cada una tiene con los conceptos. Para mi esto ha tenido
efectos de sorpresa de -“me cayó la teja”-. Muchos años después de investigar sobre
algunos temas, en el dispositivo del cartel, con sus efectos en la clínica y en las
instituciones en las que he trabajado, algo cae de ese “uso conceptual”, de como los
conceptos permitieron un saber hacer con, en la clínica y como fueron el tratamiento de un
real para el sujeto. Anudamiento entre análisis, práctica, cartel y Escuela.
Titulamos a este encuentro “El lugar del cartel en la formación del analista”. orientación
por la política del cartel en la Escuela. Lo paradojal es que decidimos hacer de este
encuentro un encuentro abierto, para hacer un esfuerzo de poesía, un esfuerzo de
transmisión, de como en el cartel, -tal como nos decía María Cristina a Pablo y a mi en
una reunión preparatoria para este encuentro- hay que estar advertidos de la tendencia a
restituir al Otro. Esto quiere decir que del saber del que se trata no es el saber del amo
universitario. Suena bonito, podríamos repetirlo una y otra vez. ¿pero que significa eso?
¿Cómo esto se hace en acto? ¿Cómo no hablar de la boca para afuera? ¿De qué saber se
trata en el cartel? O más bien, ¿como se sostiene un agujero en el saber dentro del cartel?
Y es que este esfuerzo de hacer un encuentro abierto, implica hacer pasar algo de nuestra
formación por el Otro, sin dejar la rigurosidad conceptual, pero al mismo tiempo no hablar
para hacerse autoexcluir, que a ratos tiene un efecto gracioso, incluso odioso, para algunos.
Formarse en la escuela no es la militancia, no es la lógica grupal. Eso no es fácil de
transmitir.
El interés de dejarse enseñar no sólo por lo que se dice, sino por cómo suena lo que se dice,
me lleva a la vociferación. Trabajo presentado en el encuentro de carteles respecto del
producto en la NEL el año pasado. Lo que de mi lado quedó como un impasse con la
presentación de ese trabajo, me lleva al análisis. El Otro de la Escuela dice: prudencia, al
menos eso escucho, interpreta. Pausa. La vociferación dista de decirle todo al Otro, mas
bien esta articulado con el bien decir, no se puede decir todo. Es un punto de rectificación,
otro ritmo. Pausar no significa la no acción, no es quedarse sin hacer nada.
En el cartel “la presencia del analista” -cuyo más uno es un querido amigo, colega miembro
de la Sede- trabajamos miembros de la NEL y de la EOL. En él trabajo un caso, bajo la
pregunta de cómo hacer cuando la demanda del paciente se vuelve infinita, insoportable. El
caso exige mi presencia constante, la urgencia es según yo, la que me orienta. En el control,
se me señala: el problema es que esto toca el deseo de la analista: responder a la demanda.
Vuelta al análisis.
Así lo pienso, una ida y vuelta constante, entre el análisis, la práctica y su control. El cartel,
su producto como efecto y causa. Esto no sin la Escuela, no sin el lazo que permite estar,
conversar, disentir y soportar lo que se vuelve insoportable de ese lazo. Lo extranjero que
habita en cada uno.
Otra anécdota, para dar cuenta de cómo decir, vociferar, puede tener efectos de sin sentido
en la identificación grupal. Al inicio del trabajo en esta comisión fui interpelada por, en
ocasiones, controlar mi posición de más uno en el cartel (¡y mas encima decirlo!).
Momento donde lo grupal no operó. La pregunta cayó del lado de “¡eso no se hace!”. La
distancia con eso, me permitió responder: si es un dispositivo analítico, ¿por que no? No
entendía porqué no se entendía.
No se si hasta ahora mis colegas de la comisión entendieron.
Creo que divago, más bien, intento dar cuenta ante ustedes mi recorrido de los diversos
efectos que tiene el cartel como dispositivo de la formación. Intento decir algunas cosas, no
todo, de las transformaciones subjetivas devenidas de esta experiencia, no sin sus
anudamientos, no sin mi posición singular como sujeto cartelizante, miembro de la
Escuela.
Ana María Solís D.