Discapacidad, ¿de quién?
Katya Schwazenberg B.
El recorrido compartido en el taller de biblioteca, me ha resultado una instancia para resonar de manera conjunta con ciertos significantes relacionados al malestar de nuestra época. Dialogar, escribir y estar reunidos en los encuentros, me han permitido escuchar nuevas formas de ir hilando con la clÃnica un espacio posible para metabolizar desencuentros de mi propio quehacer. En efecto, este hacer grupal, me he llevado a inscribir un movimiento hacia la singularidad de cada quien y permitir el asentamiento del detalle único en el encuentro con los otros, a propósito, del escrito de “discapacidad y polÃtica del sÃntoma” que realice para el grupo.
La “discapacidad” como significante, me ha resonado e invitado a interrogarlo en el discurso médico. Los advenimientos actuales del sujeto forcluido en el campo de la salud mental, me han cuestionado en mi quehacer. Desde ahÃ, dar acento a la escucha del detalle uno como polÃtica, ha sido un acto de ir más allá de la eficacia estandarizada en programas médicos, polÃticas gubernamentales, en fin… representaciones que insisten en la inclusión como norma. Caer en cuenta del silenciamiento abrazante del ser por el individuo, me advierte lo fundamental que resulta hoy conmover alguna noción supuesta del saber del sujeto entre el significante “discapacidad” y los estragos en la cadena simbólica producidas. En sÃntesis, anudar un deseo que desde el analista llame en transferencia enlazar una lógica diferente al discurso de amo.
Un aviso latente ante lo que refiero en este escrito, transcurrió en mis primeras visitas como estudiante en un curso de psiquiatrÃa infantil. Lo protocolar como acercamiento ante lo diferente, resulto ser un resguardo que permitÃa obviar lo que ocurrÃa a puertas cerradas en la escuela. Un payasito triste, que se apresuraba y atarantaba al hablar, a pesar del silencio que tomaba su cuerpo, ponÃa en alboroto la sala de clase y a sus compañeros, que en gemidos decÃan “hoy no queremos hacer clases”. En mi sorpresa ante lo que transcurrÃa y el agobio de la profesora mientras alimentaba a otro compañero, me invito atreverme a salir de lo protocolar y decir: “bueno, ¿Qué propones para hacer juntos hoy?”. Entonces, surge como respuesta “léanos cuentos”.
Más allá de lo anecdótico en la pregunta y la respuesta, la relación entre la “chascona” y el “payasito triste” comenzó a transformarse en un “ayúdeme a leerme”. El tiempo hizo lo suyo y lo protocolar, cayó como mero ensamblaje académico. Ahora habÃa una persona que leÃa y escuchaba la historia del payasito que entristecÃa cuando nadie lo leÃa.